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Lee nuestros nuevos artículos... este mes reflexionamos sobre el Misterio de la Trinidad a partir de los aportes de Leonardo Boff en su libro titulado La Trinidad, la sociedad y la Liberación.

Los títulos de los artículos publicados este mes son: "El problema de la representación y comprensión de la Santísima Trinidad" escrito por Diego Balaguera, cmf; "Imágenes de la Trinidad" escrito por Ángel Javier Villamizar, cmf; "Trinidad, modelo de comunión, liberación y esperanza" elaborado por Armando Gómez, cmf.

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Chocó

viernes, 14 de septiembre de 2007

EL PAPEL DE LA RAZÓN EN NUESTRA EXPERIENCIA DE FE EN DIOS

Por: Diego Martín Balaguera, cmf

Y tú… ¿Por qué crees en Dios?, o mejor, ¿Por qué creo en Dios? ¿En qué sostengo mi fe?; estas preguntas nos llevan a la búsqueda de argumentos o razones que justifiquen nuestra fe en Dios. A veces podemos pensar que la fe es una herencia, sin más, recibida de nuestros padres, abuelos o de la misma cultura, y como herencia, la recibimos sin ser conscientes de aquello; también podríamos decir que hemos llegado a la fe, a creer en Dios, gracias a una experiencia íntima y única que transformó nuestra vida, una experiencia que a lo mejor no se puede expresar con palabras y que es percibida casi como algo sobrenatural, como algo que está “más allá” de la razón humana, algo que los otros no pueden comprender: “sólo Dios y yo lo entienden”. ¿Es posible entonces afirmar que no es necesario dar razón, de manera consciente y lógica, de nuestra fe, y que sólo bastaría con decir que la fe, según lo anterior, es un dato recibido de la cultura, una manifestación extraordinaria de Dios que se debe asumir, sin mayor exigencia que la disponibilidad y la fidelidad humana?.

La cuestión de Dios no es una cuestión que deja de lado el problema de la razón (los argumentos, lo teórico, lo abstracto, lo universal), sino que es necesario para comprender a Aquel en quien creemos; sin embargo, esta afirmación ha sido vista con cierta sospecha, pues se cree que la razón, y más específicamente la filosofía, es una ciencia que no se compadece con la fe en Dios. Es un prejuicio que no permite tener una mirada más clara, razonable, coherente y humana de la fe y más bien hace que se llegue a explicaciones desaforadas, sobrenaturales, intimistas, cerradas y absolutas.

Es claro que la filosofía, desde tiempos antiguos, siempre se ha preguntado por Dios, haciendo de él un problema legítimamente filosófico, donde se busca comprenderlo y hacerlo parte, de manera racional, de la existencia del hombre. Esa comprensión de Dios se ha expresado de diversas maneras: lo bueno en sí, primer motor inmóvil, actus purus, lo uno, el ser perfecto, lo absoluto, la verdad, etc. Son categorías teóricas, absolutas y universales que para un creyente se le hacen ajenas. En cambio si entramos en la perspectiva de un creyente Dios es más concreto, tiene rostro, es un Dios vivo, es creador, Señor del mundo, en últimas, Dios se comprende a partir de lo que el mismo ser humano es.

Démonos cuenta que tanto las categorías que se le atribuyen al dios de los filósofos, como al Dios del creyente tienden a un error: encerrar en conceptos a Dios, sabiendo que Dios puede ser mucho más que esos conceptos; de esta manera, y siguiendo los argumentos de N. Kutschki, ni el Dios del creyente sería el dios de los filósofos, mas ni tampoco el dios precisamente de los teólogos
[1], ya que las dos formas de comprender a Dios se hacen parecidas la una con la otra: deseo de saber – deseo de salvación; actividad racional – fe; Absoluto cósmico – Dios personal; escuela filosófica – Iglesia; etc. (Max Scheler). Son una serie de contrastes, conflictivos, que muestran el problema de “apretar” en conceptos a Dios; y es problema, y más en el Dios del creyente, porque al ser un Dios personal, un Dios que se comprende desde lo que nosotros somos, se puede llegar a reducir a un “mi Dios”, es decir, a subjetivarse, precisamente por ser una experiencia personal – única, despojando a Dios de su carácter universal, quien se dirige a todos y todas; de estas formas de comprender a Dios depende nuestra fe en Él y las razones por las cuales creemos en Él; Dios entonces sería más una invención bien lograda del hombre, un conjunto de atributos humanos proyectados en la imagen de Dios y no realmente un ser que se comunica, que crea un diálogo profundo con la humanidad.

Es en esta serie de contrastes donde la filosofía llega a ocupar un lugar importante en la experiencia de fe del creyente, en cuanto que puede integrarlos a partir de su carácter universal, descartando aquellas ideas que relacionan a Dios con visiones, ocurrencias o intereses muy particulares; no quiere decir que volvamos a términos abstractos y difíciles, ni tampoco que la filosofía sea la única encargada de hacer más clara la fe en Dios, sino que, junto con los elementos de la revelación, se logre explicar, lógica y argumentativamente, la experiencia de fe.

N. Kutschki propone dos puntos fundamentales donde la fe en Dios no puede desligarse de la filosofía: a) En su génesis, la fe necesita de la reflexión filosófica, ya que no puede ser una fe ciega; y b) Se necesita el pensamiento filosófico para la inteligencia de la fe.

En cuanto al primero, necesitamos justificar nuestra fe, hacer consciente lo que creemos, de manera que tenga una explicación razonable; tener claro lo que es la fe, sus exigencias, “pensar en quién debemos y podemos creer”. Es necesario apropiarnos y ser protagonistas de esa experiencia de fe, de lo contrario la fe sería un simple “salto al vacío”, en donde seríamos marionetas de un “malvado” dios que se aprovecha de su poder, eliminado por completo nuestra libertad, manipulando nuestra consciencia y nuestra acción humana.

Como segundo punto, necesitamos del pensamiento filosófico para desarrollar una inteligencia de la fe; pues el diálogo con Dios no es extraño al diálogo cotidiano que realizamos con las demás personas; en ese diálogo existe un saber previo que le permite operar a nuestro conocimiento y así reconocer las diferentes situaciones que acontecen en nuestra vida. De la misma manera, este operar sucede en el ámbito de la fe, pues no podemos pensar y vivir a Dios en términos distintos a los nuestros, si entre Dios y el hombre existe “llamado” y “respuesta”, es decir, un diálogo entre Dios y el hombre, el hombre debe participar de ese diálogo con Dios, debe ser “interlocutor de Dios”, si no es así, Dios estaría hablando consigo mismo.

De lo anterior podemos decir que es a través del mundo y sus símbolos, a través del pensar, del hablar, en últimas, a través de la misma humanidad como podemos acercarnos a Dios y justificar desde allí nuestra fe en Él; entre más seamos conscientes de nuestro actuar en el mundo y seamos capaces de salir de nosotros mismos, conduciendo nuestro obrar a favor de los demás, estaremos acercándonos a Dios. Es fundamental entonces vincular la filosofía a nuestra fe en Dios, sin ella esteremos expuestos a crear ídolos, pues ella nos exige pensar nuestra fe, analizarla, criticarla, unirla al acontecer histórico de la persona y de la sociedad, todo lo cual nos lleva a afirmar que comprendemos a Dios, vivimos a Dios, experimentamos a Dios de una forma mediada. La naturaleza, las personas, la historia, el sufrimiento humano, las víctimas son presencia real de Dios; y si creemos en Él, en su acción salvífica y liberadora debemos creer también en el otro, pues a través del otro es como vamos saliendo de nuestra finitud y nos vamos proyectando a la trascendencia.

En conclusión, la presencia de Dios mediada, es decir, los acontecimientos fundantes que van demarcando nuestra existencia y la van llenando de sentido, nos dan razones para creer en Él y optar por Él.
[1] Cfr. KUTSCHKI, N, Dios hoy: ¿problema o misterio?, Ed. Salamanca, Sígueme, Pág. 19.

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