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Lee nuestros nuevos artículos... este mes reflexionamos sobre el Misterio de la Trinidad a partir de los aportes de Leonardo Boff en su libro titulado La Trinidad, la sociedad y la Liberación.

Los títulos de los artículos publicados este mes son: "El problema de la representación y comprensión de la Santísima Trinidad" escrito por Diego Balaguera, cmf; "Imágenes de la Trinidad" escrito por Ángel Javier Villamizar, cmf; "Trinidad, modelo de comunión, liberación y esperanza" elaborado por Armando Gómez, cmf.

Esperamos que estos artículos te puedan servir para tu discernimiento y servicio comunitario.

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En busqueda de Dios...

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Chocó

jueves, 20 de septiembre de 2007

Contra las minas... contra la muerte del ser humano


La premio Nobel de Paz Jody Williams se detiene junto a un cartel durante la semana contra las minas antipersonales, que se realiza en Noruega.

viernes, 14 de septiembre de 2007

LA RAZONABILIDAD QUE TIENE LA EXPERIENCIA DE FE

Por: Ángel Javier Villamizar, cmf

El conocimiento de Dios para algunos hombres, es bastante confuso. Algunos piensan que él no existe, pero en realidad se puede captar desde nuestro interior. Por lo anterior, es necesario elaborar algún documento que nos pueda orientar sobre este tema en especial. Ya en algunos escritos aquí elaborados, nos muestran un método alternativo para realizar una reflexión teológica y así, con estas pautas que nos ofrecen una visión más general, podremos desarrollar el tema propuesto para este apartado.

Para entender el conocimiento de Dios en nosotros, es necesario explicar a grandes rasgos lo que significa la palabra experiencia
[1], ya que con ella podemos sentir e interpretar las manifestaciones de la revelación de Dios. Experiencia es “el acto por el cual se toma conciencia (directa o refleja) de la propia relación con el mundo, consigo mismo, con el Absoluto Trascendente, inmanente, como algo vivido históricamente, realizado, no solamente pensado[2]”. Es una definición general, pero de la misma manera podemos dividirla en tres grandes bloques.

La primera forma de la experiencia se le puede llamar empírica, ella se convierte en el punto de conocimiento de manera superficial e inexacta. Son todas aquellas percepciones inmediatas que no se someten a ninguna clase de reflexión, es decir, se conoce con el pensamiento más que con la sensibilidad del sujeto. Por ejemplo, cuando conocemos alguna cosa en imágenes por computador, realmente no la podemos palpar y tener un contacto más profundo con ella. Por lo anterior, se puede deducir que es un conocimiento desde el pensamiento.

La segunda característica de la experiencia es la que se conoce como experimental, en ella podemos reflexionar con un fin determinado. Igualmente, comprende el estudio metódico y sistemático de los datos aportados por la experiencia empírica.

La última forma de la experiencia la podemos denominar existencial, la cual incorpora la totalidad de la experiencia humana, es decir, abarca los niveles de la existencia y el horizonte del ser que pueden ser captados y valorados por él de alguna manera. Equivalentemente, es la que “supone el dato empírico al valor (sentido) específicamente humano, mediante el proceso de interpretación-comprensión
[3]”. En las experiencias básicas del hombre podemos mencionar el odio, el amor, la responsabilidad, la amistad, la alegría, la soledad, la solidaridad, etc. Son todas aquellas cosas que las sentimos y que no las podemos comprobar científicamente.

Esta forma de la experiencia existencial considera como punto culminante el proceso de humanización y señala la forma de actuar del hombre en el nivel específicamente humano. Paralelamente, ella posee seis elementos que a continuación nombraré. El primero es la relación que existe entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Es reconocer que hay otro conmigo y que realmente no me encuentro solo. Así se establece una relación y participación de los implicados, cabe distinguir que los dos se presentan tal como son.

El segundo es una relación más directa e inmediata con el objeto, es decir, que no se realiza por medio de representaciones, conceptos, ideas, reflexiones, recuerdos e imágenes como lo mencionaba en el ejemplo anterior. “Lo experimentado tiene carácter complexivo y afecta inmediatamente al hombre total
[4]”. Esta experiencia esta enfocada indisolublemente al objeto percibido.

El tercer rasgo de la experiencia es su historicidad, es decir, que el hombre no se puede aislar de su contexto social en el que vive, tampoco se realiza con unas leyes fijas y establecidas; está ligada al momento coyuntural, oportuno, que puede ser único e irrepetible para el sujeto. Esto enseña al ser humano a no creerse dueño absoluto de su tiempo y su futuro.

El cuarto rasgo enseña al hombre a estar abierto a los cambios, a los procesos, las transformaciones, etc. Esto sucede de manera inesperada, es más de lo que la experiencia práctica nos puede ofrecer.

La quinta forma de la experiencia es la que invita al ser humano a permanecer en movimiento de apertura y esperanza. Cuando no es abierta a estas transformaciones se quedan en normas o dogmas que afectan el proceso de la experiencia y se les priva de su propio dinamismo. “Quien considere el amor, la confianza, la esperanza, la fe como algo que posee, arriesga a poseer esta posesión
[5]”. Siento la necesidad de mencionar aquí un aporte que puedo hacer a nuestra religión católica: ella muchas veces se queda en sólo dogmas y no deja que el ser humano realmente tenga un encuentro en libertad más íntimo con Dios; en ocasiones los miembros que la conformamos nos sentimos dueños de esta relación de Dios con el hombre, por tal razón, se ha ido perdiendo el amor, la confianza y muchos otros valores. La Iglesia como institución, se encarga de defender unos depósitos de verdades reveladas y en la proclamación de unos principios morales desvinculados de la realidad concreta de la existencia.

La última forma es la que corresponde a la experiencia del lenguaje. Entendido como “un sistema de formas de expresión, creado o producido por el hombre para manifestarse, hacerse entender, ordenar sus conocimientos, comunicarse y relacionarse de múltiples maneras con la realidad
[6]”. Es donde yo soy para el otro en la medida que me comunico y hablo. Se da un encuentro entre yo-tu, en el cual simultáneamente se comprenden a sí mismo. Nosotros expresamos directamente cosas y situaciones que nos afectan de cierta manera y no una lengua. Es aquí, en esta forma de la experiencia, donde podemos llegar al conocimiento de Dios, claro está que debe tener alguna relación con las demás formas de la experiencia.

En la interpretación de este lenguaje se comprenden algunas manifestaciones del ser humano, es decir, la interpretación nos sirve para la apropiación y asimilación de lo expresado por el lenguaje. Cuando el hombre ha entendido su historicidad y ha sido consciente de ella podrá “creer
[7]” en algunas manifestaciones de la realidad. Este creer posee diversas significaciones. Es un creer en opinión, hipótesis y en el sentido de la fe. El que me interesa profundizar aquí es en el sentido de la fe.

Para comenzar a hablar del creer en la fe, debo definir este concepto tan amplio y muchas veces confuso para algunos. La fe “es primordialmente un acto de encuentro y de confianza entre personas, lo cual abarca la inteligencia, la voluntad y el sentimiento en su unidad originaria. Se refiere a la totalidad de la persona
[8]”. Ella nos ayuda a entendernos en unos acuerdos interpersonales. Por ejemplo, tengo fe que tú realizarás algunas cosas bien en la universidad, doy confianza y fe de que así será. Por otro lado, el creer supone que esa persona ha querido manifestarse en lo que es propio, en su interioridad, revelarse en cuanto es posible.

Pues bien, en primer lugar Dios se hace real para el hombre como objeto de fe, en la experiencia en que el hombre lo percibe, así como él entiende el amor cuando ama, de la misma manera, conoce a Dios cuando lo busca en su interior. En realidad lo que existe es una ínter-subjetividad, es decir, encuentro a Dios cuando reconozco al otro, a mi hermano, cuando me relaciono con él. Entonces, podemos hablar de revelación como “la comunicación de la intimidad de Dios a la intimidad del hombre que el hombre descubre en sí mismo, es decir, históricamente, y la expresa con lenguajes propios del ser humano, con el testimonio y el discurso, explicándola según su cultura y su propia época
[9]”. La fe es la que presenta a Dios en lo más íntimo de nosotros.

De la misma manera, podemos afirmar que Dios es trascendente, es decir, que lo penetra todo y esta presente en todo, sin quedar limitado por nada, ya que él esta siempre más allá. “Dios es lo inagotable de la inteligibilidad: un misterio que cuanto más conocido es tanto más nos revela la infinitud de su comprensibilidad
[10]”. A la par, es inmanente, es decir, “Dios es el Misterio que se entrega siempre, pero también se reserva; que siempre se revela y se vela; que se comunica, pero sin confundirse con el mundo[11]”. Pero más que estas dos categorías, Dios es sumamente transparente, es decir, que la “Transparencia significa presencia de la trascendencia en la inmanencia. Con otras palabras: significa la presencia de la trascendencia en el mundo[12]”. Dios emerge y se manifiesta a través del hombre y del mundo. Él es conocido cuando se da como significación real para el hombre en el mundo, es decir, por medio de la comunidad.

Algunos afirman: ¿Yo porqué no lo puedo ver? ¿Dónde esta Dios? ¿Qué sucede en mí, ya que él no se me revela? Pues bien, habrá que responderle diciéndole que no lo ha buscado en profundidad. En la profundidad es donde se encuentra la verdad. En lo superficial nunca podemos encontrar dicha verdad, en este caso sería la manifestación de Dios mismo. La mayoría de las cosas de este mundo se manejan a través de la superficialidad y de este modo es difícil encontrar a Dios y conocerlo completamente. Es aquí donde se afirma que “Nuestros oídos están sordos a los gritos del estrato profundo de la sociedad como clamor de la profundidad de nuestra alma. Abandonamos en la soledad a las víctimas sangrientas de nuestro sistema social, desatendiendo su grito de auxilio en el barullo de la vida diaria; igual hacemos con nuestra alma atormentada
[13]”. Dios es el Absoluto que surge cuando el hombre profundiza y va hasta la raíz misma de la historia que vive.

Dios no sólo se reveló en lo que puede ser observado en el universo, en la naturaleza y en la vida humana, sino que Él se ha mostrado todavía más específicamente en La Sagrada Escritura. Un ejemplo bastante claro es la revelación de Dios al pueblo de Israel “Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: "YO SOY me ha enviado a vosotros. Dijo además Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: "El SEÑOR, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros." Éste es mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de mí de generación en generación. Ve y reúne a los ancianos de Israel, y diles: "El SEÑOR, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido, diciendo: 'Ciertamente os he visitado y he visto lo que se os ha hecho en Egipto (Ex 3, 14 – 16)”.
[1] Este documento esta orientado bajo la lectura del siguiente texto: BRAVO, Carlos, El marco antropológico de la fe, PUJ, Bogotá, 1992, Pág. 34-54.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd. Pág. 36.
[4] Ibíd. Pág. 38.
[5] Ibíd. Pág. 41.
[6] Ibíd. Pág. 43.
[7] Como una actitud interior, disposición personal, inseparable entre la relación de personas, a nivel existencial y de la decisión en que ésta se expresa y actualiza.
[8] BRAVO, Carlos, El marco antropológico de la fe, PUJ, Bogotá, 1992, Pág. 51.
[9] BAENA B, Gustavo. SJ, Introducción al Antiguo Testamento e historia de Israel, Ed. Colección Apuntes. Pág. 3.
[10] BOFF, L. (1978). Testigos de Dios en el corazón del mundo .Madrid: Publicaciones Claretianas. Pág. 50.
[11] Ibíd. Pág. 54.
[12] Ibíd. Pág. 55.
[13] TILLICH, P. (1970). La dimensión profunda. Bilbao: Ed. Descleé. Pág. 86.

EL PAPEL DE LA RAZÓN EN NUESTRA EXPERIENCIA DE FE EN DIOS

Por: Diego Martín Balaguera, cmf

Y tú… ¿Por qué crees en Dios?, o mejor, ¿Por qué creo en Dios? ¿En qué sostengo mi fe?; estas preguntas nos llevan a la búsqueda de argumentos o razones que justifiquen nuestra fe en Dios. A veces podemos pensar que la fe es una herencia, sin más, recibida de nuestros padres, abuelos o de la misma cultura, y como herencia, la recibimos sin ser conscientes de aquello; también podríamos decir que hemos llegado a la fe, a creer en Dios, gracias a una experiencia íntima y única que transformó nuestra vida, una experiencia que a lo mejor no se puede expresar con palabras y que es percibida casi como algo sobrenatural, como algo que está “más allá” de la razón humana, algo que los otros no pueden comprender: “sólo Dios y yo lo entienden”. ¿Es posible entonces afirmar que no es necesario dar razón, de manera consciente y lógica, de nuestra fe, y que sólo bastaría con decir que la fe, según lo anterior, es un dato recibido de la cultura, una manifestación extraordinaria de Dios que se debe asumir, sin mayor exigencia que la disponibilidad y la fidelidad humana?.

La cuestión de Dios no es una cuestión que deja de lado el problema de la razón (los argumentos, lo teórico, lo abstracto, lo universal), sino que es necesario para comprender a Aquel en quien creemos; sin embargo, esta afirmación ha sido vista con cierta sospecha, pues se cree que la razón, y más específicamente la filosofía, es una ciencia que no se compadece con la fe en Dios. Es un prejuicio que no permite tener una mirada más clara, razonable, coherente y humana de la fe y más bien hace que se llegue a explicaciones desaforadas, sobrenaturales, intimistas, cerradas y absolutas.

Es claro que la filosofía, desde tiempos antiguos, siempre se ha preguntado por Dios, haciendo de él un problema legítimamente filosófico, donde se busca comprenderlo y hacerlo parte, de manera racional, de la existencia del hombre. Esa comprensión de Dios se ha expresado de diversas maneras: lo bueno en sí, primer motor inmóvil, actus purus, lo uno, el ser perfecto, lo absoluto, la verdad, etc. Son categorías teóricas, absolutas y universales que para un creyente se le hacen ajenas. En cambio si entramos en la perspectiva de un creyente Dios es más concreto, tiene rostro, es un Dios vivo, es creador, Señor del mundo, en últimas, Dios se comprende a partir de lo que el mismo ser humano es.

Démonos cuenta que tanto las categorías que se le atribuyen al dios de los filósofos, como al Dios del creyente tienden a un error: encerrar en conceptos a Dios, sabiendo que Dios puede ser mucho más que esos conceptos; de esta manera, y siguiendo los argumentos de N. Kutschki, ni el Dios del creyente sería el dios de los filósofos, mas ni tampoco el dios precisamente de los teólogos
[1], ya que las dos formas de comprender a Dios se hacen parecidas la una con la otra: deseo de saber – deseo de salvación; actividad racional – fe; Absoluto cósmico – Dios personal; escuela filosófica – Iglesia; etc. (Max Scheler). Son una serie de contrastes, conflictivos, que muestran el problema de “apretar” en conceptos a Dios; y es problema, y más en el Dios del creyente, porque al ser un Dios personal, un Dios que se comprende desde lo que nosotros somos, se puede llegar a reducir a un “mi Dios”, es decir, a subjetivarse, precisamente por ser una experiencia personal – única, despojando a Dios de su carácter universal, quien se dirige a todos y todas; de estas formas de comprender a Dios depende nuestra fe en Él y las razones por las cuales creemos en Él; Dios entonces sería más una invención bien lograda del hombre, un conjunto de atributos humanos proyectados en la imagen de Dios y no realmente un ser que se comunica, que crea un diálogo profundo con la humanidad.

Es en esta serie de contrastes donde la filosofía llega a ocupar un lugar importante en la experiencia de fe del creyente, en cuanto que puede integrarlos a partir de su carácter universal, descartando aquellas ideas que relacionan a Dios con visiones, ocurrencias o intereses muy particulares; no quiere decir que volvamos a términos abstractos y difíciles, ni tampoco que la filosofía sea la única encargada de hacer más clara la fe en Dios, sino que, junto con los elementos de la revelación, se logre explicar, lógica y argumentativamente, la experiencia de fe.

N. Kutschki propone dos puntos fundamentales donde la fe en Dios no puede desligarse de la filosofía: a) En su génesis, la fe necesita de la reflexión filosófica, ya que no puede ser una fe ciega; y b) Se necesita el pensamiento filosófico para la inteligencia de la fe.

En cuanto al primero, necesitamos justificar nuestra fe, hacer consciente lo que creemos, de manera que tenga una explicación razonable; tener claro lo que es la fe, sus exigencias, “pensar en quién debemos y podemos creer”. Es necesario apropiarnos y ser protagonistas de esa experiencia de fe, de lo contrario la fe sería un simple “salto al vacío”, en donde seríamos marionetas de un “malvado” dios que se aprovecha de su poder, eliminado por completo nuestra libertad, manipulando nuestra consciencia y nuestra acción humana.

Como segundo punto, necesitamos del pensamiento filosófico para desarrollar una inteligencia de la fe; pues el diálogo con Dios no es extraño al diálogo cotidiano que realizamos con las demás personas; en ese diálogo existe un saber previo que le permite operar a nuestro conocimiento y así reconocer las diferentes situaciones que acontecen en nuestra vida. De la misma manera, este operar sucede en el ámbito de la fe, pues no podemos pensar y vivir a Dios en términos distintos a los nuestros, si entre Dios y el hombre existe “llamado” y “respuesta”, es decir, un diálogo entre Dios y el hombre, el hombre debe participar de ese diálogo con Dios, debe ser “interlocutor de Dios”, si no es así, Dios estaría hablando consigo mismo.

De lo anterior podemos decir que es a través del mundo y sus símbolos, a través del pensar, del hablar, en últimas, a través de la misma humanidad como podemos acercarnos a Dios y justificar desde allí nuestra fe en Él; entre más seamos conscientes de nuestro actuar en el mundo y seamos capaces de salir de nosotros mismos, conduciendo nuestro obrar a favor de los demás, estaremos acercándonos a Dios. Es fundamental entonces vincular la filosofía a nuestra fe en Dios, sin ella esteremos expuestos a crear ídolos, pues ella nos exige pensar nuestra fe, analizarla, criticarla, unirla al acontecer histórico de la persona y de la sociedad, todo lo cual nos lleva a afirmar que comprendemos a Dios, vivimos a Dios, experimentamos a Dios de una forma mediada. La naturaleza, las personas, la historia, el sufrimiento humano, las víctimas son presencia real de Dios; y si creemos en Él, en su acción salvífica y liberadora debemos creer también en el otro, pues a través del otro es como vamos saliendo de nuestra finitud y nos vamos proyectando a la trascendencia.

En conclusión, la presencia de Dios mediada, es decir, los acontecimientos fundantes que van demarcando nuestra existencia y la van llenando de sentido, nos dan razones para creer en Él y optar por Él.
[1] Cfr. KUTSCHKI, N, Dios hoy: ¿problema o misterio?, Ed. Salamanca, Sígueme, Pág. 19.

MÉTODO EN TEOLOGÍA, UNA POSIBILIDAD PARA EL CONOCIMIENTO DEL MISTERIO DE DIOS

Por: Luis Armando Gómez, cmf

El siguiente artículo pretende brindar un acercamiento al método teológico propuesto por Bernard Lonergan, desde el cual es posible abordar algunos elementos metodológicos para la reflexión teológica sobre el misterio de Dios; para tal efecto, proponemos el siguiente esquema: a) Definición de algunos conceptos que nos ayudarán a comprender mejor el texto: revelación, teología y método; b) Presentación del método teológico; y c) Un acercamiento al misterio de Dios.

a) Definición de algunos conceptos

Ø “Revelación: “Es la comunicación de la intimidad de Dios con la intimidad del hombre que el hombre descubre en sí mismo, es decir, históricamente y lo expresa con lenguajes propios del ser humano, con el testimonio y el discurso, explicándola según su cultura y su propia época[1]”.

Ø “Método: “Esquema normativo de operaciones recurrentes relacionadas entre sí que producen resultados acumulativos y progresivos[2]”.

Ø “La Teología se define como una reflexión crítica, sistemática sobre la intelección de la fe[3]” o también como discurso de la revelación, en tanto que “la teología en esta misma lógica, no es función pertinente únicamente a los aspectos nocionales, intelectuales, enunciativos, declarativos de la fe. Ella se define también por relación con los aspectos históricos, prácticos, vivos, operativos, situados y situacionales de los compromisos ineludibles de la fe histórica. Hacer teología no es sola reconstrucción del horizonte de la tradición, sino la producción de los horizontes del intérprete[4]”.

b) Presentación del método teológico.

Para abordar el método teológico es necesario tener en cuenta que éste se encuentra dentro del ser humano, pues es el hombre quien con su sentimiento, afecto, pasión, acción y conciencia lo hacen posible, sin él no hay conocimiento, por tanto no hay método. Es el hombre quien lo pone en funcionamiento partiendo de su realidad, en la que juega un papel importante la experiencia, ella, la experiencia, permite lograr un acercamiento a Dios. Este método según lo expresa Bernard Lonergan tiene cuatro operaciones fundamentales por medio de las cuales el hombre construye ciencia y se aproxima a esa profundidad del misterio inconfundible de Dios.
Una de las primeras operaciones es el experimentar, consiste en una percepción orgánica consciente en la que se dispone nuestros sentidos para conocerme a mí mismo, recogiendo los datos de lo que se me presenta en el mundo empírico, dentro de esta primera operación se encuentran los sentidos, a saber, tocar, gustar, oler, escuchar, ver y degustar. En esta operación están los fenómenos que llegan a mí por medio de las sensaciones. En este primer nivel respondemos a la pregunta “qué es esto”[5].

La segunda operación, es el entender, esta se encuentra en el nivel intelectual, pues hace una interpretación de lo que hemos aprehendido, así se establecen relaciones, esquemas entre los datos para lograr una mejor comprensión. En esta operación, a demás de elaborar una reflexión responde al cuestionamiento “esto que entendí ¿es así como lo entendí?[6]”.

La tercera operación intencional consiste en juzgar, nuestra conciencia intencional nos conduce a lanzar juicios, de aprobación o desaprobación “¿eso es así como lo hemos entendido?[7]”, por ello hacemos afirmaciones de verdad o falsedad en las que buscamos lo valioso, lo bueno de ese juicio.
La cuarta operación es el decidir, se puede afirmar que es la conclusión de las anteriores, pero al mismo tiempo, es la posibilidad nuevamente de iniciar otro ciclo de conocimiento, porque dependiendo de la elección que hagamos, a sí mismo optaremos por determinadas vías de acción, de ser y hacer. En está influyen más los intereses, los sentimientos, las emociones y los valores, en tanto que esta operación implica escoger determinada postura, idea o comportamiento. Consideramos que debemos estar atentos porque en esta postura existe un estado que nos bloquea y no nos permite experimentar, entender, juzgar y decidir. Esta etapa es el egocentrismo, en tanto que es una tendencia a considerar exclusivamente la opinión de uno mismo en función de sus intereses, de sus formas de concebir el mundo, en otras palabras, ella misma, la persona, es el centro del universo.
Esta actitud no permite distinguir nuevos paradigmas, posturas e ideas, por tanto cierra la posibilidad de una apertura a nuevos conocimientos, a nuevas experiencias de vida que nos muestran la manifestación de Dios, a esta tendencia se le puede unir el pensamiento cientificista que en su deseo de objetivización de la materia y el sujeto se olvida de experiencias tan profundas como el amor de Dios revelado en la intimidad del ser humano, pues se centra más en los datos tangibles, sensibles y perceptibles, llegando a sí a autocomprendersen como “únicos dueños de la verdad adsoluta, en otras palabras, no les cabe en la cabeza que haya otras maneras de relacionarnos con el mundo, con el ser humano, con Dios.


c) Un acercamiento al misterio de Dios
Este acercamiento se puede lograr, primero, porque Dios se revela al ser humano en su intimidad, es decir, que desde el momento que empezamos a experimentar, entender, juzgar y decidir, estamos poniendo en funcionamiento las operaciones de nuestro ser, haciéndolas conscientes; por esa sencilla razón, estamos conociendo a Dios, puesto que como él está en lo más profundo de nuestro ser, es condición de posibilidad para que en nosotros se genere un conocimiento. A hora bien, si Dios está en nuestra estructura humana podemos encontrarnos con su intimidad, pues es en ella, en al intimidad, donde Dios nos comunica su voluntad, y una forma de comprobar que estamos actuando en concordancia con la voluntad de Dios, es el estar saliendo de nosotros mismos, rompiendo con nuestra finitud, es un salir en búsqueda del Otro, de la humanidad en la que percibimos la presencia de Dios actuante.

En consecuencia, él se manifiesta como acto creador, que crea desde dentro, desbordándonos con su propio ser y en tanto nosotros actuamos de esa misma forma, saliendo de sí, comprobamos que estamos actuando conforme a Dios nos lo comunica. En esa medida, se llega a comprobar que nuestras acciones van en relación con las de Dios, cuando vamos más allá e intentamos salir de nuestros egoísmos, de nuestros intereses, de nuestros hedonismos y deseos narcisos, nos acercamos a la voluntad de Dios. Por eso, cuando realizamos estas operaciones (experimentar, entender, juzgar y decidir) en función de los otros, de sus necesidades, estamos conociendo a Dios, y muchas de estas operaciones las podemos realizar, sin conocer el proceso anteriormente mencionado, son fruto de tendencia más bien casuales, espontáneas y directas. Aunque en ocasiones no tengamos presente todo este proceso, existe esa tendencia al bien.

El experimentar, entender, juzgar y decidir (método), nos conduce a comprender realidades tan profundas como la misma generosidad de Dios hecha concreción en el amor, en la creación, en la humanidad, en definitiva, en su Palabra encarnada. Por eso la revelación es más que una elaboración de un discurso argumentativo, la apropiación de un método, el quehacer de determinada teología, estos son únicamente maneras y estilos, muy válidos por cierto, de nosotros responder a la profundidad de Dios.
[1] BAENA, Gustavo y ARANGO, José Roberto, Introducción al Antiguo Testamento E Historia da Israel, en Colección de Apuntes de Teología. PUJ, Facultad de de teología, Bogotá, 2007. Pág. 3.
[2] LONERGAN, Bernard, método en teología, Ed, Sígueme, España, 2001. Pág. 13.
[3] VELEZ CARO, Olga Consuelo. El método teológico. Colección Apuntes, PUJ, Facultad de teología, Pág, 11.
[4] PARRA, Alberto, Textos, Contextos y Pretextos, PUJ, Facultad de teología, Bogotá, 2003. Pág, 282
[5] Cf, VELEZ CARO, Olga Consuelo. El método teológico. Colección Apuntes, PUJ, Facultad de teología, Pág, 22.
[6] Cf, Ibíd.
[7] Cf, Ibíd.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Rostros...


















Estamos trabajando....

Estamos redactando diversos articulos que nos puedan ayudar en la buena organización de nuestro blog...